Mi foto
Jerez de la Frontera, Cádiz, Spain

BIENVENIDOS A MI BLOG

En esta página encontrarás evocadoras fotografías antiguas procedentes de mi archivo particular, así como otras actuales de las que soy autor. También vídeos, artículos, curiosidades y otros trabajos relacionados con la historia de Jerez de la Frontera (Spain), e información sobre los libros que hasta ahora tengo editados.

In this page you will find evocative ancient photographies proceeding, as well as different current of my file particular of that I am an author. Also videoes and articles related to the history of Jerez (Spain) and information about the books that till now I have published

No están reservados los derechos de autor. Puedes copiar lo que quieras, aunque es preceptivo citar la fuente.
No rights reserved copyrights, you can copy anything you want just by citing the source

EL BARRIO DE LA ALBARIZUELA Y SUS PERSONAJES


 Encajado entre las calles Rosario, Larga, Honda y Arcos hasta donde se alza la capilla de los Desamparados, se extiende el recoleto y coquetón barrio de San Pedro. Un arrabal en tiempos perteneciente a la collación de San Miguel y que podríamos dividirlo a su vez en tres zonas diferenciadas como son: las Atarazanas, que comprende las calles en torno a la plaza de San Andrés; la Albarizuela propiamente dicha, de construcciones populares y casas de vecindad con la ante citada la capilla de los Desamparados como edificio más singular, levantado a expensas de la histórica familia de los Villacreces en 1649; y por último la de San Pedro, vertebrada en torno a la calle Bizcocheros, de buenas y aburguesadas construcciones que en su mayoría denotan un acomodado nivel de sus habitantes. Todo es hoy un céntrico y evocador barrio en el que a pesar de su antigüedad, ya que surge en tiempos de la conquista de Granada, cuando fue expulsada la población judía de nuestra ciudad y cuya comunidad era propietaria de la mayor parte de los terrenos que hoy ocupa este barrio.  En el mismo podemos apreciar cómo sus calles no heredan el trazado islámico de calles tortuosas propio de las del interior del recinto amurallado, como ocurre en buena parte con el de San Miguel, sino que en su mayoría estas calles son rectas y paralelas, dando la impresión de haber sido trazadas con regla y cartabón muy al estilo colonial.

Ello tiene una explicación, y es que en el siglo XVII este barrio llegó a quedar abandonado y casi deshabitado, arruinándose por ello muchas de sus edificaciones. La alarmante despoblación que sufrió Jerez en aquel siglo debido a las epidemias y, posiblemente, a la masiva emigración a tierras americanas hizo mella en el mismo. Un siglo más tarde la zona comenzó a recuperarse con nueva edificaciones y vecinos, de ahí su aspecto propio del siglo XVIII.

            Muchas de sus calles llevan el nombre de personajes que en ellas vivieron, Recordemos en este sentido la calle de las Naranjas, hermanas conocidas popularmente como las beatas Naranjas hijas de un tal Pedro Naranjo, señoritas muy piadosas y solteras ellas, y al parecer, no muy bien tratadas por la naturaleza en cuanto a belleza se refiere. O la de Antona de Dios, virtuosa y caritativa dama que toma el cognomen “De Dios” por haber hecho votos de castidad convenido con su esposo, un tal Juan Rodríguez y que por tanto no tuvo hijos. El hijodalgo Juan Caracuel o un tal Ruy López, este último afamado médico-sangrador del siglo XVI que poseía un magnífico Palomar. No olvidemos a Gaspar Fernández, al que sus vecinos quisieron homenajear dedicándole esa calle por las fiestas con las que dotó al barrio. Calle de los Morenos, por los seis hijos de un tal Gonzalo Moreno que habitaron en ese lugar en el siglo XVI. Y qué decir de Gómez Carrillo, aquel héroe del Alcázar jerezano que luchando valientemente frente a los moros sublevados, en las almenas del Alcázar se defendió con tal coraje y resistencia que tuvieron que reducirlo con garfios. O ese señor Don Juan, que no era el célebre de la obra de José Zorrilla, sino don Juan Ponce de León, propietario de todas esas tierras llamadas de la Albarizuela antes de que existiera alguna edificación por aquellos contornos. O Álvar Núñez, descubridor de la Florida y primer hombre blanco que pisó el territorio de lo que con el tiempo serían los Estados Unidos y que dio nombre a la calle Arcos durante más de un siglo.

         
   Pasando del nomenclátor callejero emanado de tiempos lejanos, vayamos a épocas más cercanas para evocar otros personajes que nacieron o vivieron en este barrio, tales fueron José Camacho Gómez, excelente pintor costumbrista del siglo XIX que destacó por sus inigualables lienzos de bodegones y flores. El Dr. Vicente Florán Vélaz de Medrano, prestigioso odontólogo que ostentó el título nobiliario de marqués de Tabuérniga. El ínclito periodista Manolo Liaño que durante tantos años nos deleitó e informó en los diarios Ayer, la Voz del Sur y Diario de Jerez;  el ex alcalde Pedro Pacheco Herrera, el genial dibujante y caricaturista Sebastián Moya “Cachirulo”; el joven mártir tradicionalista Antonio Molle Lazo, torturado salvajemente y asesinado en Peñaflor por no renegar de su fe; Clara Monte Malvido, abuela del que fuera presidente de Cataluña Pascual Maragall; o Manolo Sevilla, fotógrafo y excepcional cantaor. Tampoco podemos dejar de nombrar a esas destacadas  familias jerezanas como la de Ricardo Ivison del Arco, prestigioso comerciante de vinos. O las de Belmonte García Fernández y la de García Barroso, estas últimas relacionadas con el mundo ganadero y de la tauromaquia.

            Pero qué decir de Antonio Gallardo Molina, gran poeta y compositor nacido en el número 23 de la calle Antona de Dios, autor de varios libros líricos como La Pasión según Jerez, Luna de Nisán, Apenas yo o La Berajah del Cante; de varias obras de teatro como El Anuncio, Noches de luna nueva, El público o Los novatos, así como de una larga lista de villancicos jerezanos. Composiciones como Tu carita divina, La hojita verde, A la rosa y el clavel o Al son de las panderetas. Autor también de más de setecientos temas musicales que fueron interpretados por artistas de la talla de La Paquera, Chiquetete, Manolo Caracol, Lola Flores o José Mercé. O Carmen Carriedo Soto, “María de Xerez” para el mundo de las letras, fallecida en 1956 y que en la calle Bizcocheros vivió y escribió inigualables y galardonadas novelas como cómo: La niña azul, Desertar, En la aldea, El castillo de Nichopa, El ciego de San Francisco, Cantabria invicta o  En plena epopeya.
           
   Un personaje singular y polifacético donde los hubiere fue el doctor Francisco Paz Genero nacido en calle Naranjas. Especialista en radiología y jefe del servicio de esta especialidad en el Hospital de la Seguridad Social de Jerez desde su inauguración. Fue elegido concejal del Ayuntamiento por el tercio de representación familiar en 1955, llevando la tenencia de alcaldía de Fiestas y Solemnidades durante más de doce años, prestando siempre un incondicional apoyo a la cultura local y a sus tradiciones. Fue presidente del Xerez Club Deportivo en la temporada 63-64, dándose la paradoja, debido a la rivalidad entre los dos equipos locales, de ser también presidente de honor del Jerez Industrial C.F. A principios de los años 80 y coincidiendo con su jubilación le fue concedida la Medalla al Mérito en el Trabajo

También el ámbito de la medicina también es preciso evocar muy especialmente al recordado y benemérito doctor Juan Carlos Durán Viaña nacido en la calle Honda. Un personaje cuyo nombre figura escrito con letras imborrables en el corazón de todos aquellos que tuvieron la fortuna de conocerlo. Su enorme prestigio profesional, su carácter afable, su gran humanidad, su vida dedicada por entero al que sufre, en una entrega casi sacerdotal siempre unida a su inagotable capacidad de trabajo y su amor al prójimo, llevado hasta la más alta cota del altruismo. O un hermano de éste por parte de padre, nada menos que el ilustre aviador Juan Manuel Durán González, tripulante del hidroavión Plus Ultra en el histórico primer vuelo transoceánico de la historia entre Palos de la Frontera y Buenos Aires, fallecido trágicamente en 1926 sobre el puerto de Barcelona en un fatal accidente aéreo cuando contaba solamente 27 años de edad.

También en este barrio de San Pedro, concretamente en calle Naranjas, vino al mundo en 1904 el científico y político Manuel Lora Tamayo. Químico, Farmacéutico, Ministro de Educación, director del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, catedrático de la Universidad Complutense, director del Centro Nacional de Química Orgánica, presidente del Instituto de España, académico de Farmacia y Presidente de la  Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

Y vamos a terminar con una brevísima semblanza de uno de nuestros más ilustres paisanos del siglo XIX y principios del XX, tal fue sin lugar a dudas Sebastián Herrero y Espinosa de los Monteros. Jurista, autor dramático, poeta y sacerdote de vocación tardía, el mismo que fuera conocido por la historia como el Cardenal Herrero. Nació en la calle Bizcocheros nº 3 el 20 de marzo de 1822 donde discurrió su infancia y adolescencia. En 1856, cuando ocupaba la plaza de Juez en Morón de la Frontera, se desató una terrible epidemia de cólera que llevó a la tumba a sus mejores amigos. Ello le hizo cambiar su concepción de la vida, por lo que decidió abandonar su carrera e ingresar en el seminario de Cádiz para posteriormente ordenarse como sacerdote. Llegando a ocupar las sillas episcopales de Cuenca, Victoria Oviedo y Córdoba, siendo nombrado Arzobispo de Valencia en 1898 y elevado a la dignidad de Cardenal, en cuya sede falleció en 1903 tras haber asistido al Cónclave donde fue elegido el Papa Pío X.  

Y hasta aquí el breve paseo por ese encantador y querido barrio de San Pedro, testigo mudo de los mejores e inolvidables años de la adolescencia y juventud del que esto escribe. Un paseo realizado de la mano de sus personajes, pues no cabe la menor duda que las ciudades, sus barrios y sus calles no las hacen las piedras del pavimento, ni sus edificios notables, ni siquiera sus monumentos, las hacen sobre todo su gente. Y es esa gente que tuvo la fortuna de nacer, vivir, jugar, trabajar o morir en este entrañable pedazo del corazón de Jerez, son los que a través de estas líneas he querido traer a la memoria y rendir nuestro modesto homenaje, porque ellos han formado parte de la historia viva de ese apacible rincón de nuestra ciudad popularmente conocido como La Albarizuela.
Antonio Mariscal Trujillo



EL COLEGIO LA SALLE DE LA ALAMEDA CRISTINA

           
   
Hace poco más de sesenta años y, coincidiendo con la llegada a Jerez del Hermano Eleuterio José como nuevo director de la Escuela de San José de la Porvera, iniciaría su prolífica andadura el colegio que hoy conocemos como La Salle-Buen Pastor.

    
 Pero repasemos un poco su historia. Sabido es que los primeros hermanos de la Congregación Lasaliana llegaron a Jerez en el año 1882 bajo los auspicios del acaudalado bodeguero Pedro Domecq Loustau, fundando su colegio en la plaza de Benavente esquina a Basurto. Siete años más tarde, en 1889,  fundan otro colegio, esta vez en el barrio del Mundo Nuevo con el nombre de Sagrado Corazón. Finalmente y por iniciativa del filántropo Francisco Díez y Pérez de Muñoz abren otro centro docente en la calle Antona de Dios, en el  lugar que anteriormente habían ocupado las bodegas Rivero. En todos estos centros, sostenidos por determinadas personas y entidades de la ciudad muy especialmente por las Bodegas Domecq, se impartían clases de forma gratuita. Por aquellos tiempos la enseñanza pública no alcanzaba ni a la mitad de los niños de nuestra ciudad.

      El que esto escribe había llegado a la Escuela de San José de la Porvera a los siete años de edad, pasando durante tres cursos por las clases de D. José Lebrato, D. Luis Romero y D. Camilo del Caso. Poco antes de comenzar el curso 1954-55 los Hermanos decidieron fundar su cuarto colegio en Jerez. En esta ocasión, y al contrario que los otros tres centros docentes que poseían, éste no habría de ser gratuito sino que  estaría sostenido por las cuotas mensuales de los propios alumnos. Los estudios que en este nuevo centro se habrían de impartir serían los de Comercio, desde peritaje a profesorado Mercantil. De esta manera en dos aulas de la planta baja de aquel edificio de la Porvera comenzaron las clases para los cursos de Ingreso y Primero de Comercio. Y como uno de esos primeros alumnos comencé allí mis estudios, unos estudios denominados por libre, en los que los alumnos tenían que pasar los exámenes al final del curso en la Escuela Profesional de Comercio para obtener las notas oficiales. Así las cosas, unas nuevas leyes de educación que fueron promulgadas por aquellos tiempos preveían en adelante el bachiller para cualquier carrera universitaria. Hasta entonces muchas de las carreras de grado medio, que hoy llamamos diplomaturas, se podían cursar directamente sin bachiller. Por ejemplo los de Comercio, Peritaje Industrial o Enfermería, estos últimos sólo necesitaban aprobar Fisiología e Higiene de tercero de bachiller para poder acceder a la escuela de Practicantes de la Facultad de Medicina.

       A la vista de esta nueva situación los Hermanos decidieron cambiar el rumbo y dedicar el colegio a los estudios de bachillerato que,  como muchos recordarán,  eran siete años, cuatro del Elemental y tres del Superior. Por esta causa, aquel verano de 1955, todos los del primer curso del nuevo Colegio de La Salle tuvimos clase diaria para en septiembre examinarnos del primer curso de bachiller en el Instituto P. Luis Coloma y así comenzar el curso 55-56 ya en segundo.

Llegado el mes de septiembre el nuevo colegio se trasladó desde la Escuela de San José a la Alameda Cristina, edificio que había sido Instituto de Enseñanza Media el cual ocupaba ya sus nuevas instalaciones en la Avenida Álvaro Domecq. En Cristina nuestro colegio compartió casa aquel primer año con la Delegación de Hacienda que ocupaba la planta alta. Un centro docente cuyo único equipamiento deportivo era una red en medio del patio para jugar en los recreos al balón bolea, balón que de vez en cuando se escapaba y rompía algún que otro cristal.

      Y así comenzó la historia de aquel cuarto colegio regentado por los Hermanos de la Salle en nuestra ciudad. Nuestra primera promoción fue avanzando en cursos y detrás vinieron numerosos alumnos en los cursos posteriores. Creo que ninguno de nosotros hemos podido olvidar a los beneméritos profesores que tuvimos, como fueron: Camilo del Caso, Juan Zapata, Hermano Teodosio, Hermano Gregorio, Hermano Luciano nuestro tutor, o el Hermano Eleuterio José director del centro.

      Aquellos profesores no sólo nos enseñaron matemáticas, historia, literatura, geografía o ciencias, sino que nos enseñaron a conocer la vida en rectitud, sentimientos, honradez y trabajo con los que poder llenar esos vasos vacíos e intangibles que todo ser humano posee desde que tiene uso de razón los cuales se van llenando a los largo de la vida.  En definitiva nos enseñaron a ser personas. Jamás se nos olvidarán aquellas meditaciones lasalianas antes de iniciar las clases en cada mañana. “Nunca seáis sepulcros blanqueados, blancos por fuera y llenos de podredumbre en el interior”. “Haced las cosas, pero hacedlas siempre bien, hasta el final, hasta último kilómetro”. “Que nunca prevalezca en vuestras vidas el verbo tener sobre el verbo ser”

En nuestro colegio no se necesitaban citas para “tutorías” con los padres como hoy, sino que cada domingo y tras la misa en San Juan de Letrán, en la que por cierto, nuestro coro cantaba como los propios ángeles, los padres departían con los profesores sobre la marcha de sus hijos. Esto junto con las notas semanales que llevábamos a casa hacía que en todo momento progenitores y profesores estuviesen al tanto en lo referente a la formación y comportamiento de los alumnos. Unos tiempos que yo recuerdo felices y que siempre llevaré grabado en ese lugar de la memoria donde se almacenan los más dulces momentos de la vida.

Y es que llegamos al colegio siendo niños y salimos ya hombres. Pero como todo, aquel período de la vida acabó y llegó el momento de separarnos, y cada uno de nosotros emprendió su nuevo camino. Muchos siguieron estudios universitarios o profesionales y con el tiempo llegaron a ser prestigiosos ingenieros, arquitectos, médicos, economistas, químicos o abogados. Incluso algunos de nuestra clase  alcanzaron a ocupar puestos de profesores en las  Universidades de Cádiz, Sevilla o Barcelona.

   
No nos volvimos a reunir hasta pasados más de cuarenta años. Así, el 7 de junio de 2002 nos reencontramos en el actual Colegio de la Salle-Buen Pastor de la calle Antona de Dios aquellos compañeros que a mediados de los años cincuenta iniciamos nuestra andadura en dicho colegio como alumnos de su primera promoción. Una treintena viejos amigos que crecimos juntos y aprendimos las enseñanzas de aquellos  religiosos de la congregación de La Salle. Unos afincados en Jerez y otros venidos desde distintos puntos de España tuvimos la fortuna de reunirnos, saludarnos, abrazarnos y contar nuestras historias de ese largo período de tiempo. Al día siguiente compartimos mesa y mantel exactamente en el mismo lugar de la Alameda Cristina donde nos educamos, ahora convertido en un moderno  hotel.

       Han pasado sesenta años, un tiempo inexorable en el que un niño se convierte en hombre, un hombre se hace viejo y un viejo se convierte en sólo un recuerdo. Algunos de aquellos compañeros nos dejaron ya para siempre, otros se asentaron en distintas ciudades donde establecieron su hogar, y los más siguen aquí en nuestra ciudad donde todavía tengo la dicha de saludarlos por la calle de vez en cuando, ya con el pelo blanco y el peso de los años y de la vida a sus espaldas.
Antonio Mariscal Trujillo

Publicado en Diario de Jerez el 3 de julio de 2015 en mi sección "Jerez en el recuerdo"


EMBRUJO EN UNA NOCHE JEREZANA




Corría el mes de marzo del año 1987 cuando le pedí a mi buen amigo Antonio Sánchez, de la desaparecida  bodega  Palomino & Vergara, nos cediera su hermosa “Sala del Consejo” para celebrar una nueva sesión de nuestra tertulia Noches Xerezanas. No podíamos imaginar aquel primer jueves del citado mes la inolvidable velada que nos aguardaba aquella noche y que sin duda sería el espaldarazo definitivo para la consolidación de nuestro naciente grupo tertuliano. El tema a debate establecido para aquella reunión fue sobre Jerez y sus cantes.

Aquella tertulia
Nuestra tertulia “Noches Xerezanas” había iniciado su andadura dos meses antes en la sede de la Peña Los Cernícalos, cuando un grupo de jerezanos inquietos por nuestra ciudad, su cultura, sus costumbres y sus tradiciones fundamos el grupo para, al igual que aquellas evocadoras y viejas tertulias de café, conversar y debatir sobre nuestro tema favorito: Jerez. Para ello, el día 4 de diciembre del año anterior y apadrinada por el recordado profesor de la Universidad de Cádiz, el Dr. Antonio Orozco Acuaviva, tertuliano, ateneísta y presidente a la sazón de la Real Academia Hispano Americana, dio el disparo de salida a un largo peregrinar cada primer jueves de mes por los lugares más entrañables y típicos de Jerez como bodegas, peñas, entidades, palacios o mesones. Un camino que se iba a prolongar durante un cuarto de siglo debatiendo, conversando e intercambiando ideas. En definitiva, disfrutando de la amistad mediante el don más maravilloso que posee el ser humano: la comunicación con sus semejantes, pero eso sí, alrededor de una copa de buen “jerez”

Aquel Salón del Consejo situado en la parte alta del edificio, hoy abandonado, de la calle Colón anexo a las bodegas, donde se encontraban sus elegantes y señoriales oficinas, uno de los escritorios más bellos que se haya conocido en Jerez. Lugar acogedor, bien decorado como corresponde a las funciones que tenía, que no eran otras que la de atender a sus visitantes y mejores clientes.

Como invitados tuvimos aquella noche a Juan de la Plata y Manuel Pérez Celdrán por la Cátedra de Flamencología, a Diego Alba creador y conservador de los “Archivos del Cante Andaluz”, a Joselito Méndez, perteneciente a la saga de los “paqueros” y que entonces ya despuntaba como excepcional cantaor; un jovencísimo chaval apodado el “Mijita” de la familia de los Carpio; un orondo y bonachón guitarrista llamado Pepe Ríos, y un personaje que a todos nos dejó impresionados, su nombre de pila: José Galán y su apodo era entonces “Bizco de los Camarones”, aunque hoy después de numerosos triunfos con su arte y de que le hayan “arreglado” su ojo derecho, es conocido como “José de los Camarones”. Alguien preguntó a este último el porqué de su apodo, y él con la velocidad de un disparo respondió: muy sencillo, no lo ve,  porque soy bizco y además vendo camarones.

            Fue aquella una tertulia antológica de la que todos los asistentes guardaremos siempre gratísima memoria. Tras las presentaciones de rigor, el flamencólogo Juan de la Plata nos habló del origen del cante y bailes flamencos tal como actualmente lo conocemos, así como sus antecedentes históricos hasta remontarse a las “Bailarinas de Gades” citadas por Estrabón en sus escritos y cuya representación gráfica puede muy bien ser la que muestra la terra sigilata conservada en nuestro Museo Arqueológico. También hizo referencia a un “flamenco” de los tiempos de Abderramán II apodado “El Pájaro Negro”. Tras un animado coloquio entre los estudiosos de nuestro arte, se analizaron las diferencias existentes entre los cantes de los dos barrios flamencos jerezanos: los de San Miguel y Santiago, tema en el que las opiniones eran encontradas entre los partidarios de uno y otro barrio por aquello de que “el libro de gustos está en blanco”. En plena discusión entró en escena el “Bizco de los Camarones” hasta ahora en silencio, para cortar en seco la polémica diciendo: “Lo mejó que tiene Santiago es lo mismo que tiene la Prazuela: los dos barrios son de Jerez.

Envueltos por la magia
            Tras esta sentencia el Bizco comienza a exponer su filosofía de la vida, demostrando a todos una sabiduría aprendida en esa popular y sabia universidad que es la calle. Una filosofía profunda y tan real que a todos nos dejó asombrados. El Bizco hablaba y hablaba y de su boca salía toda la sapiencia característica de lo andaluz, la misma que don José María Pemán dejara magistralmente recogida en su obra “El Séneca” ya que, según cuentan, éste no hizo más que darle forma literaria a los razonamientos filosóficos del capataz de una de sus viñas. Asombrados estábamos con aquella concepción de la vida de una persona que se ganaba el sustento cogiendo camarones en las aguas del Puerto de Santa María, para luego venderlos cocidos en su blanco canasto por las calles de Jerez.


Nos contó mil historias de la calle y mil anécdotas de su vida, de las que voy a referir solamente una. Resulta que trabajó durante algún tiempo como camarero en Barcelona. Un día apareció a última hora por aquel restaurante nada menos que Monserrat Caballé acompañada de otras dos personas. Cuando terminaron la cena, ya con el establecimiento casi vacío, el Bizco se acerca a la diva y le dice lo mucho que la admira por su arte, añadiendo a continuación que el también era cantante pero de flamenco, y que por ello y en prueba de su admiración le quería obsequiar con un cante. De modo que inmediatamente se arrancó por seguiriyas, contestándole la Caballé con un fragmento de aria. Luego el Bizco interpretó unas alegrías y la cantante otro fragmento lírico. Y así, mano a mano, formaron aquella noche el alboroto entre los empleados del establecimiento, los pocos clientes que allí quedaban y los viandantes que por la puerta pasaban.

El bizco hablaba, como quien dice, por bulerías, mientras Pepe Ríos acompañaba con el rasgueo de su guitarra aquellas “parrafadas filosóficas”. Al oír todo aquello quedamos plenamente convencidos que personajes como el Séneca aún existen en nuestra tierra. Después la noche tertuliana quedó inundada por sus cantes por segurillas, soleares, alegrías y no sé cuantas cosas más, con una maestría que a todos nos dejó asombrados.

La cultura de la sangre

            Y los cantes se sucedieron en aquella nuestra noche jerezana, y el sentimiento de nuestras tradiciones flamencas nos embrujó. Cantó Joselito Méndez, cantó el Mijita, replicó el Bizco por segurillas, soleares y alegrías, y todos nos sentimos embargados por la emoción en uno de esos momentos que sabíamos a ciencia cierta tardaría muchos años en repetirse. La cultura de la sangre y la enjundia de un pueblo que tanto llamara la atención de Lorca en aquel monstruo del cante como fue Manuel Torre, se hizo sentir en su máxima expresión aquella noche en la que la primavera se nos había adelantado. Eran las tres de la madrugada cuando embrujados levantamos la sesión para marchamos a casa. Siete horas de tertulia que jamás olvidaremos.

Artículo publicado en mi sección "Jerez en el recuerdo" de Diario de Jerez el 20/4/2015

Feria de Jerez

Una bellísima elegía de José María Pemán a la antigua Feria de Ganados de Jerez. Vean y oigan atentamente
ENLACEhttps://www.youtube.com/watch?v=Dxw764NXHyI

LA CRUZ DE LA YEDRA


Una cruz en la Plazuela
La popular y entrañable Capilla de la Yedra, encajada en la confluencia de dos señeras y evocadoras calles jerezanas como las de Sol y Empedrada, tiene su origen en un viejo humilladero que desde finales del siglo XVII existió en el lugar. Allí, sobre una pilastra se veneraba una cruz de hierro rodeada de una verja por la que trepaba una hiedra que daría  nombre al lugar. Dichos humilladeros fueron numerosos en las afueras de las ciudades al pie de los principales caminos, tenían como objeto que los caminantes se postraran  ante la cruz pidiendo a Dios su protección antes de emprender el viaje o por haberles permitido llegar sanos y salvos a la ciudad, en unos tiempos pretéritos en los que cualquier viaje podía estar lleno de avatares con peligros de todo tipo y no pocas veces  por las fechorías de los salteadores de caminos. Existieron en Jerez varios de estos humilladeros, así por ejemplo, en la calle Asta esquina a San Francisco Javier, poseemos noticias de un sencillo y a la vez bello monumento constituido por un pabellón de cuatro columnas y dos fustes que sostenían una bóveda de piedra de sillería donde se veneraba una cruz llamada Cruz de los Carreteros. Muy deteriorado por el paso de los años fue derribado en 1894. También, la capilla de las Angustias o la de Nuestra Señora de la Antigua junto al Arco del Arroyo y otras más tuvieron en tiempos pasados la misma función.

La cruz y la hiedra 
El historiador Bartolomé Gutiérrez nos dice: “En la Plazuela Orellana o Puertas del Sol, que es un ejido o terreno baldío, recibe culto la denominada Santa Cruz de la Yedra que desde finales del siglo XVII tiene su sencillo y decente templete enmarcado sobre rejas sobre el que trepan enredaderas de hiedra”. En este preciso lugar se colocó posteriormente la imagen de un crucificado que, según se contaba, unos labradores habían encontrado entre unos matorrales en el pago de Montealegre, imagen que, parece ser, es un crucificado pequeñito que siempre estuvo en la parte superior del antiguo retablo de la capilla y ahora se encuentra en el lateral izquierdo del presbiterio, aunque siempre me surgió la duda si el mismo fue otro de la misma época que vemos en una de las fotos que ilustran este artículo y que actualmente se encuentra en las dependencias de la Casa de Hermandad.

Edificación de la capilla
En el año 1715 un grupo de devotos pide autorización para iniciar las obras de una modesta capilla donde poner la imagen del crucificado al amparo de las inclemencias del tiempo. Pero no sería hasta 1724 cuando se termine de construir una minúscula capilla la cual sería denominada como de la Yedra, trasladándose la imagen del mencionado Cristo a su interior. Desde ese momento queda en medio de la plaza y en total abandono durante más de un siglo la pilastra y la cruz de hierro aludida anteriormente.

Capilla de la Yedra, óleo del pintor Juan Lara

La primitiva capilla de la Yedra ocupaba una superficie más reducida aún que la actual, añadiéndosele el actual presbiterio y su cúpula tras una  remodelación posterior. Con ello queda la capilla tal y como la conocemos actualmente. Y es que en 1754 los Hermanos Mayores y el Mayordomo de una Hermandad titulada como del “Santísimo Cristo la Yedra” dirigen al Arzobispo de Sevilla un escrito pidiendo ampliar lo que ya denominan “Capilla” y solicitando autorización para celebrar allí la Santa Misa. Así rezaba dicho escrito:

      “Que aviéndose (sic) labrado esta capilla hace 30 años por los devotos de dicha imagen, sin ánimo por entonces de que se celebrara allí Santa Misa, después de acabada y debido a la devoción se solicita al Sr. Arzobispo y al Santo Padre licencia para este uso y habiendo varios años que en ella se celebra, experimentando mucho consuelo espiritual en aquel pobre vecindario del que mucha gente se privara de asistir a los divinos misterios aun en los días de precepto si no tuvieran tan cerca dicha capilla por no haberse fabricado para dicho fin, desean ampliarla a costa de su devoción.
 “Suplica a V.S. se sirva conceder su licencia a dichos hermanos para que puedan agrandar dicha capilla con seis varas de longitud y la latitud correspondiente a la que hoy tiene”.

Cuatro años más tarde, una vez concluida la obra de ampliación, obtuvo dicha capilla la distinción de auxiliar de la parroquia de San Miguel, celebrándose desde entonces en dicha capilla la misa dominical. Veinte años después, en 1774, se procede por parte del Ayuntamiento a autorizar las obras de construcción de la sacristía y casa de la santera. El acuerdo municipal decía así:

Cabildo de 8 de agosto de 1774
    “La ciudad en vista del reconocimiento del maestro Pedro de Cos que ha hecho con la asistencia de los Caballeros Diputados del Sello y Policía del Común, Procurador Mayor y Personero de no encontrar reparos  para la concesión a la solicitud de la Hermandad del Santo Cristo de la Yedra en la plazuela de Orellana; antes si mucho obsequio al Santísimo Cristo de la Yedra y sus devotos por cuyo medio serán infinitos los que ocurran al Santo Sacrificio de la Misa y de lo contrario quedarían sin este sufragio. Acuerdan su concesión del sitio competente para la fábrica de la sacristía y reducto en la conformidad de que lo ha certificado el mismo maestro, lo que se acordó de conformidad”.  

Con esta última construcción quedó tal y como ha llegado hasta nuestros días esta entrañable Capilla de la Yedra, nombrada como ermita o capillita por algunos, de pequeñas proporciones, planta rectangular, cubierta por bóveda de cañón y fachada en la línea del tradicional barroco dieciochesco jerezano.

¿Qué fue del viejo humilladero?
Para concluir veamos lo que nos dice el historiador Agustín Muñoz Gómez sobre la vieja Cruz de la Yedra en su libro Noticia histórica de las calles y plazas de Jerez  al referirse a la Plazuela de Orellana. Nos cuenta que desde tiempo inmemorial y hasta 1843, fecha en la que fue derribada, permaneció en la Plazuela dicha pilastra con una cruz de hierro, la cual parece ser que por los motivos aducidos por varias personas en escrito dirigido al cabildo de fecha 11 de junio del citado año se exponía, entre otras cosas, que aquella cruz colocada sobre una pilastra de material, no solamente embaraza el paso del público y carruajes, sino que sirve de cubierta a los individuos de la hez del pueblo que alrededor de ella cometen actos deshonestos y los mayores desacatos, ultrajando la moral pública con sus palabras obscenas e irreverentes. Por tanto se pide  sea quitada la cruz del indicado sitio, derribada la pilastra y que la cruz se traslade a la puerta de la Capilla de la Yedra. Ese mismo día el Ayuntamiento emite un dictamen ordenado se quite y se recojan en el Consistorio la cruz de hierro y la pilastra de material.

Curiosa la coincidencia de este escrito en el que dice que la vieja Cruz de la Yedra “embaraza el paso del público y carruajes”, ya que desde hace unos años el lugar ha vuelto a quedar “embarazado” por la estatua de la genial e inolvidable cantante jerezana La Paquera. Monumento a mi entender de tamaño desmedido y ubicado  inapropiadamente.

Fuentes: MUÑOZ GÓMEZ, A. Noticia Histórica de las calles y Plazas de Jerez. IMP. El Guadalete. Jerez de la Frontera, 1903.  El Santísimo Cristo de la Yedra. Archivo Histórico Municipal de Jerez. Legajo 15 E. 242, Archivo de  Soto Molina.  Capilla de la Yedra en Diario El Guadalete, 6 y 19 de octubre de 1895. MORENO ALONSO, J.  Esperanza de la Yedra. Publicaciones de la Caja de Ahorros de Jerez, Jerez de la Frontera, 1988. MARISCAL TRUJILLO, A. Por las calles del viejo Jerez. Eje Editorial. Jerez de la Frontera 2003. REPETTO BETES, J.L. y Cols   La Semana Santa de Jerez y su Cofradías. Tomo 2. Biblioteca de Urbanismo y Cultura. Jerez de la Frontera, 1996. MARISCAL, M. y POMAR, P. Jerez, artística y monumental. Editorial Silex, Madrid 2004.


  Publicado en Diario de Jerez el día 23 de abril de 2015 en mi sección "Jerez en el recuerdo"

Paisaje de antaño


Cuán lejos quedaron aquellas bucólicas imágenes de nuestra Alcubilla representadas en los grabados del siglo XIX mostrándonos un paisaje estético y evocador de nuestro viejo Jerez. El paso inexorable del tiempo y el crecimiento de nuestra ciudad fueron paulatinamente transformando su paisaje rural en urbano. Aquel panorama de tiempos pasados que, con la Ermita de Guía en primer plano, dejaba ver el sur de nuestra ciudad con sus murallas intactas para al cabo de pocos años ofrecernos la visión de unas magníficas bodegas construidas en los cerros de extramuros, mostrando al viajero la mejor  carta de presentación tal es nuestra historia y nuestra industria vinícola.

Alfareros de Cuatro Caminos
            En nuestros recuerdos del pasado quedó, aquella  alfarería de Cuatro Caminos a la que los niños íbamos a pedir un poco de arcilla para modelar, cuando aún no se había inventado la plastilina, y que su propietario nos regalaba amablemente. ¡Qué admiración! ver cómo aquel alfarero dando con los pies a una mesita redonda de madera  hacía girar sobre su eje una pequeña plataforma que vueltas endiabladas, mientras con sus manos daban forma  a todo tipo de cacharros. Botijos, macetas, lebrillos, cántaros y pucheros salían como por arte de magia de aquellas manos artesanales que, una vez secados al sol y cocidos en un horno de leña o carbón, eran vendidos para almacenar agua fresca, adornar patios con geranios y claveles o hacer un ajo o un potaje sobre el anafe de carbón.     
      
Justo al lado y en los inicios de la carretera a Sanlúcar y Rota, la “Ladrillería Jerezana” de Miguel Martín, donde nos quedábamos embobados al ver cómo de una máquina iban saliendo a presión como por arte de magia los ladrillos huecos llamados de “gafa” que luego, una vez secados serían cocidos en unos hornos cuyo combustible era el residuo seco resultante de la pisa de la uva de nuestra vendimia o el orujo también seco de los molinos de aceite, ambos eran magníficas fuentes de energía de bajo coste y alto poder calorífico que sustituían con ventaja a los combustibles actuales, biomasa que se denomina actualmente.

 Un poco más abajo en dirección al Portal, al pie de las tierras del Agrimensor, otro tejar mucho más primitivo. Allí se fabricaban ladrillos de los llamados toscos con los que se hacían los pilares de las construcciones de la época. En medio del campo y al aire libre con un molde de madera para dos ladrillos, el operario lo ponía en el suelo, lo rellenaba de arcilla, alisaba y quitaba el molde. De esa sencilla manera quedaban listos para que los rayos del sol y el viento los secara antes de cocerlos en el horno.

Hoy, quizás como testimonio de que aquella industria alfarera existió en Cuatro Caminos, una bien surtida tienda de cerámica todavía nos ofrece en la Glorieta del Consejo de Europa macetas, botijos, cántaros, tinajas, macetas y lebrillos, aunque ahora fabricados en otros lugares.

         Mencionemos también el eterno surtidor de gasolina que aún subsiste, uno de los pocos que sigue dando servicio desde la primera mitad del pasado siglo XX. La diferencia es que entonces para despachar aquel combustible de bajo octanaje había que hacerlo dando vueltas a una manivela que elevaba la gasolina desde un depósito subterráneo a unos vasos de cristal a la vista del cliente, fieles notarios éstos de que un litro era un litro, y de ahí al depósito del viejo coche o camión.

El tren de Sanlúcar
            La vía del llamado tren de Sanlúcar atravesaba este paraje desde la Estación hasta el apeadero existente en el lugar donde hoy se encuentra la glorieta dedicada al Consejo de Europa. ¡Cuánta gente veíamos allí los domingos veraniegos para viajar en ese tren hasta donde el Guadalquivir se torna mar y disfrutar, oh maravilla, de un día de playa!. Cinco o seis vagones de madera arrastrados penosamente por una pequeña locomotora de vapor que atravesaba resoplando los verdes viñedos de nuestra comarca, permitiendo a algunos de los viajeros bajarse en marcha desde el primer vagón, coger un racimo de uvas y volverse a montar en el de cola. Un tren al que llamaban la Carreta y que tardaba más de una hora en recorrer los veinticinco kilómetros de su recorrido, posiblemente era el tren más lento de toda España. Una línea férrea que fue inaugurada el 30 de agosto de 1877 y clausurada definitivamente en octubre de 1965 tras 88 años de servicio.

            No podemos olvidar aquella venta de Cuatro Caminos que regentara el padre del célebre restaurador Alfonso Rodríguez, dando la bienvenida al viajero para saciar hambre y sed. Auténtica y tradicional venta que muchas veces fuera escenario de las mejores juergas flamencas que se hayan conocido en Jerez. Con el paso del tiempo se modernizó transformándose en un magnífico restaurante y salón de celebraciones donde tantos y tantos jerezanos celebraron sus bodas, y donde algunos domingos tenían lugar bailes amenizados con orquesta, quizá el único baile público que había en el Jerez de los sesenta.

La Ermita de Guía
            Todo un mundo de recuerdos y sensaciones de antaño de los que ya únicamente queda nuestra vieja y entrañable Ermita de Guía. Cuenta la historia que ya desde tiempos anteriores a la dominación musulmana existía a las afueras de Jerez una Casa de Guía camino de Cádiz en el sitio donde entra la marisma de la Mesa, llamada Laguna del Rey, en la que vivía un ermitaño, y que cuando Alfonso X conquistó Jerez en 1264 el estado de la misma era ruinoso, por lo que en 1285 se terminó una nueva.

Aunque popularmente es conocida como Ermita de Guía, esta denominación es errónea, ya que la misma fue derribada a mediados del siglo XVII, levantándose la actual en 1675 con el nombre de Capilla de San Isidro de donde salía todos los 15 de mayo una alegre romería con la que los agricultores homenajeaban a su santo patrón. En 1861 fue vendida a un particular conociendo desde entonces diversos usos tales como fábrica de aguardientes, establo, cuadra, etc. En 1930 fue adquirida por el marqués de Torresoto, haciéndole obras de reparación con la intención de abrirla de nuevo al culto, cosa que no llegó a ocurrir, ya que poco tiempo después se abrió en la misma un colegio para niños costeado por la bodega de González Byass. Diez años después desapareció el colegio y sirvió de almacén a la bodega.

Justo a su lado se instaló una de las seis fábricas de harina que existieron en Jerez a mediados del siglo XX, ésta denominada Asta Regia. Con la llegada de los años sesenta del pasado siglo llegó la nada. Allí permaneció la ermita sola, aislada y abandonada sirviendo de cuadra para los animales y soñando por verse un día restaurada y rodeada de hermosos jardines que embellecieran su entorno. En 1997 el Ayuntamiento la cedió a la Hermandad del Perdón para su sede canónica. Quince años después su entorno fue devorado por la sombra del mal llamado progreso. Así, un gigantesco bloque de hormigón nacido del mal corazón, de la falta de sensibilidad, de la ignorancia de unos, de la indolencia de otros, o acaso del afán especulativo surgió como un fantasma y la cubrió con su sombra. Ahora aparece como mucho más diminuta, igual que un pajarillo a los pies de un gran elefante.

La vieja fuente
A su lado, la bella y vieja fuente que llamaron “alcobillas de cuatro caños” de la que emana el nombre de estos parajes. Por ella salía el agua que a los depósitos de la “alcobilla” situados bajo la ermita llegaba a través de una conducción subterránea desde los Albarizones con la que abastecer a las gentes del lugar. Dicha fuente dejó de prestar servicio como tal cuando la traída de aguas desde los manantiales de Tempul en 1868. Su estructura de piedra almohadillada con sus tres artísticos pináculos, dos leones y los escudos de España y de Jerez labrados en la piedra son testigos mudos del paso de los siglos. Aunque recientemente restaurada, parece ser que se olvidaron reconstruir su pilón así como instalar un circuito cerrado como a cualquier otra fuente urbana para que de sus caños volviese a manar el agua. 

Publicado en mi sección "Jerez en el recuerdo" de Diario de Jerez el 23/2/2015

Aquel colegio de las Carmelitas de Jerez



Si mal no recuerdo, cuatro han sido los centros de enseñanza regidos por congregaciones religiosas femeninas que desaparecieron de nuestra ciudad en las últimas décadas. El Servicio Doméstico en el Arroyo, las Oblatas en San Benito, el Santo Ángel en la Tornería y las Carmelitas en San Marcos, Este último me voy a permitir evocarlo por el hecho de haber sido mi primer colegio y el de muchísimos jerezanos.

Su fundación
Ubicado en dos grandes casas contiguas separadas por un patio que ocupaban toda una manzana entre las calles Compañía y San José con fachada principal frente al templo de San Marcos, el Colegio de las Carmelitas en el que tantos cientos de jerezanos aprendimos nuestras primeras letras e hicimos nuestra Primera Comunión, permaneció en ese lugar entre los años 1905 y 1970. Centro de enseñanza regido por las Hermanas Carmelitas de la Caridad, una congregación religiosa fundada por santa Joaquina de Vedruna cuya misión era la de atender a enfermos y menesterosos.

Las primeras religiosas de esta congregación que llegaron a la provincia de Cádiz en 1860 fueron diez monjas enfermeras que se establecieron en San Roque con la misión de atender a los heridos de la guerra en Marruecos comenzada en octubre de 1859 ante la amenaza de las cábilas rifeñas de invadir Ceuta y Melilla. Acabado dicho conflicto, las hermanas pasaron a prestar sus servicios humanitarios en el Hospital de Mujeres de Cádiz. Posteriormente fundaron diversos colegios tanto en la capital como en el Puerto de Santa María y Jerez, ante la apremiante necesidad de centros en los que impartir educación a niños y sobre todo niñas de las clases más desfavorecidas donde escasamente llegaba la instrucción pública. Estas monjas se establecen en Jerez el año 1869, abriendo un colegio para niñas en el entonces deshabitado desde 1835 Convento del Carmen. De allí y bajo los auspicios de la caritativa dama Juana de Dios Lacoste se trasladaron en 1885 al palacio de Ponce de León propiedad de dicha señora, hoy colegio y comedor de el Salvador en la calle que lleva su nombre, donde continuaron su labor docente así como con la denominada “Cocina Económica” en la que dar alimento a los necesitados y que doña Juana de Dios mantenía a sus expensas. Ese mismo edificio fue donado en testamento por su hijo Luis de Ysasi al Ayuntamiento de Jerez para centro de enseñanza. El 8 de marzo de 1905 las Hermanas Carmelitas se trasladan al edificio de San Marcos, y son las monjas de la Caridad de San Vicente de Paúl las que se hacen cargo tanto del centro de enseñanza como del comedor para pobres.

Un día de 1948
Al colegio de las Carmelitas de Jerez llegué en septiembre de 1948 de la mano de mi madre vestido con uniforme azul de marinerito. Eran tiempos aciagos, nuestro país aún no se había repuesto de aquella tragedia que lo asoló durante la Guerra Civil. Una época de penuria económica, escasez, hambre, racionamiento y estraperlo.  El día 18 de  agosto del año anterior la terrible explosión de un depósito de minas submarinas almacenadas en Cádiz hizo saltar por los aires a una buena parte de esa ciudad, arrasando completamente el barrio de San Severiano y provocando la mayor catástrofe de su historia. Hubo cientos de muertos y más de 5.000 heridos. La tremenda detonación se sintió en Jerez con gran intensidad, produciendo la ruptura de muchísimos cristales y provocando una gran alarma entre la población. Pocos días después, concretamente el 27, toda España lloraba la trágica muerte en la Plaza de Linares al mayor ídolo de la torería de todos los tiempos: Manuel Rodríguez “Manolete”. Cuentan que fue uno de los veranos más secos y calurosos que se recuerdan.

            Aún recuerdo las imágenes de aquel colegio. Un edificio, estimo que del siglo XIX o anterior, de aspecto serio e institucional del que desconozco su origen, pero que pudo ser anteriormente residencia de noble o acaudalada familia y que supongo sería vendido o legado por sus antiguos propietarios a las Hermanas Carmelitas para la instalación de su nuevo centro docente.

Por la puerta situada frente a San Marcos se accedía, nada más cruzar el zaguán, a una escalera situada a la derecha que conducía al piso alto en el que se encontraban algunas clases de niñas, así como un taller de costura y bordados denominado Obrador de San José, en el que jóvenes muchachas aprendían el oficio de costureras y bordadoras, donde además se confeccionaban artísticos mantos, faldones y palios para las imágenes de las dolorosas de nuestra Semana Santa, así como otras vestiduras y ornamentos sagrados. También recuerdo que se elaboraban allí las obleas que luego se convertirían en hostias consagradas.

            Desde el antes citado zaguán y, a través de un primer patio, se accedía a un segundo. Un patio con naranjos y arriates en los que crecían verdes enredaderas, moradas buganvillas y blancos jazmines. También había una gruta con una imagen de la Virgen de Lourdes con una fuente. Justo al lado de la gruta se abría la puerta de una pequeña y preciosa capilla.


También en la planta baja estaban las clases de los niños además de otras aulas para niñas que eran educadas gratuitamente. Estas niñas, procedentes de clases necesitadas no pagaban mensualidad ni llevaban uniforme, sólo un babi blanco que cubría sus humildes ropas. Las mismas no entraban al colegio por la puerta principal, sino que lo hacían directamente por una lateral que daba a la calle San José, la misma por donde también accedían los niños. Desde luego que no voy a entrar en este asunto que hoy sería calificado como discriminación, pero entonces era así y todo el mundo lo daba por bueno, es más, supongo que los padres de estas niñas estarían muy agradecidos a las monjas por escolarizarlas y darles una buena enseñanza de forma gratuita en unos tiempos en los que la instrucción pública no alcanzaba a todos y menos a las niñas. Lo cierto es que la pequeña cuota mensual que pagaban unos, servía para que aquellos que no tenían nada recibiesen la misma enseñanza aunque lo hiciesen en clases separadas. Para comprender esto hoy sería preciso ponerse en la mentalidad de la época.

            A pesar de los años transcurridos, llevo grabado en mi memoria el rostro de la Hermana Carmen, nuestra tutora. Su sereno semblante, su cara aterciopelada y su grave aunque dulce voz, me quedaron impresas para siempre en ese lugar de la mente donde se deben almacenar los recuerdos más sublimes de la infancia.

Nuestra clase estaba presidida por una imagen del Niño Jesús de Praga, cuya devoción nunca he olvidado a pesar de los años transcurridos. Hasta el punto que cuando en el año 1999 visité por primera vez la capital de la República Checa, sacrifiqué una tarde de nuestra estancia turística allí, tratando de encontrar el templo donde se veneraba. Mi esposa y yo preguntamos y preguntamos haciéndonos entender como buenamente podíamos, chapurreando francés, inglés y hasta por señas sin que nadie nos entendiera ni supiera darnos norte.  Por fin, después de mucho indagar pudimos encontrar la iglesia de Santa María de la Victoria, y postrarnos a orar ante la pequeña imagen del Niño Jesús que allí se venera desde 1628, año en el que una dama, María Manrique de Lara, casada con el canciller de Bohemia lo llevó allí desde España.


El final de una larga etapa
Pues bien, un día, a finales de 1970, al pasar por mi antiguo colegio vi un letrero sobre el dintel de la puerta que decía: “Colegio San Juan de Ávila”. Supe después que aquellas Hermanas Carmelitas, después de más de un siglo en Jerez, se habían marchado para siempre y aquel colegio estaba ahora en manos de una nueva congregación religiosa. Resulta que unos meses antes, en junio de ese mismo año de 1970, dos monjas de la congregación de las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón llegaron a Jerez procedentes de Barcelona para ver la posibilidad de ocupar aquel Colegio que cerraba sus puertas para ellas continuar en el mismo su labor docente, como así lo hicieron

            De esta manera, el día 4 de noviembre de aquel mismo año de 1970 un grupo de ocho hermanas de la congregación antes citada vinieron de Barcelona para tomar el relevo de las Carmelitas con la mayor de las ilusiones, en la seguridad de que su obra docente en nuestra ciudad daría en un plazo no muy lejano los frutos deseados.

Pero el paso del tiempo no perdona a nadie, tampoco a las viejas edificaciones. Aquella casa de más de dos siglos de antigüedad se caía de puro viejo, por lo que la seguridad de los alumnos no estaba garantizada. Ante tal circunstancia las monjas llegaron a un acuerdo con el empresario José María Ruiz Mateos para la permuta de aquel viejo caserón por unos terrenos en Montealto a fin de edificar uno nuevo. El viejo colegio de las Carmelitas fue derribado y en su lugar se alza desde entonces un edificio de viviendas.


                                                                                                 Antonio Mariscal Trujillo
Fotos: Archivo de Antonio Mariscal y Manuel Román

BREVE OJEADA AL JEREZ DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX

Considero que es uno de los períodos más interesantes en la historia de Jerez, dado que de ese tiempo parte la fisonomía de la ciudad y del centro urbano que ha llegado hasta nosotros. Es una época en la que Jerez deja de ser una ciudad anclada en un pasado ya añejo, “ciudad convento”, como la denominan algunos historiadores, para pasar a ser una ciudad agroindustrial con grandes transformaciones urbanas y sociales.

Dicho siglo comenzó de una manera trágica con la terrible epidemia de Fiebre Amarilla de 1800 que llevó a la tumba a miles de jerezanos, así como la invasión napoleónica, diez años después, que dejó a la ciudad en la ruina. Ello no fue óbice para Jerez se fuera poco a poco recuperando de aquellos aciagos tiempos. Avanzada la centuria y tras la desamortización de Mendizábal en 1835 muchos conventos quedaron deshabitados. Años  más tarde algunos de ellos son derribados y convertidos en plazas públicas, tal es el caso de las del Progreso, Veracruz, Doña Blanca o del Banco. Se construyen numerosas casas señoriales de bellas portadas y surgen nuevos barrios como el de Mundo Nuevo. También los arrabales de San Miguel y Santiago se pueblan cada vez más hasta el punto de acoger a una gran parte de la población. Baste con decir que el área que abarcaba entonces la parroquia de San Miguel llegó a tener más habitantes que todo el resto de la ciudad. Con el auge del comercio de nuestros vinos se va construyendo un cinturón industrial de cascos bodegueros que envolverá por completo a la población y convivirá con ella en plena armonía hasta el último tercio del pasado siglo XX. Y el negocio del vino va tomando auge inusitado, hasta convertirse en la primera fuente de divisas por exportación de nuestro país, generando a su vez grandes capitales sólo comparables con los que producía la industria textil  catalana.

Son derribadas las cuatro puertas de la muralla por considerarlas ya inútiles y entorpecer la comunicación con los barrios de extramuros, quedando consolidada como zona céntrica y comercial, entre otras, las actuales zonas de Plateros, Consistorio, Algarve, Larga, San Francisco, Arenal y Cristina. En 1829 se hace un proyecto para la construcción de un “camino de hierro” hasta el Portal, línea férrea que pudo haber sido la primera de España, aunque debido a diversas circunstancias no se pudo materializar hasta 1854 con la línea Jerez - Puerto de Santa María - Trocadero. Se hacen buenas obras de urbanización, con empedrado y alcantarillado, así como la instalación en 1847 de alumbrado público en las calles y plazas del centro urbano con farolas alimentadas por gas. Bajo la presidencia del ilustre marino Francisco de Basurto y Vargas, se crea la Sociedad Económica de Amigos del País, con cuyo patrocinio se ensayan con éxito nuevos cultivos como el arroz  y la patata, promoviendo el desarrollo de las artes y la cultura así como la edición de periódicos ilustrados.

     Pero, ¿cómo era la ciudad de nuestros tatarabuelos? Comencemos dando unos retazos de aquel Jerez de entre siglos. Para ello veamos lo que dicen algunos viajeros ilustrados que a modo de reporteros de la época nos lo cuentan. Así Juan A. Estrada en su obra Población de España dice:

        Xerez de la Frontera, ciudad grande y hermosa sobre las riveras del Guadalete, en un terreno fértil y bien cultivado con buenos árboles, cercada de murallas, con calles anchas, limpias y de buen piso, una plaza grande, una casa Ayuntamiento, una insigne colegiata donde reside un vicario general del Arzobispo de Sevilla, y una Sociedad Económica”.

        Otro viajero, el famoso Antonio Ponz, en su obra Viage a España (sic) publicada en 1794, dice entre otras cosas:

         Al instante que entré en Jerez, conocí lo que puede un magistrado celoso y activo; comparando sus calles actuales con lo que eran antes; esto es, barranco de inmundicias y albañales casi todas ellas. Por lo mismo que las calles de la ciudad son anchas y espaciosas, mejor que las de otras principales ciudades de Andalucía, era mayor la incomodidad de andarlas en tiempos lluviosos; ahora son verdaderamente cómodas y magníficas, con sus ánditos de losas a los lados, mejores que los de esa corte, de modo que cuando estén todas concluidas y empedradas en la forma que las hechas hasta ahora, será Jerez, por este término, una de las más lindas ciudades de dentro y fuera de España, y tendrán motivo sus vecinos de acordarse del señor don José Eguiluz, su actual corregidor.

       Sin embargo unos años más tarde el vicecónsul inglés en la ciudad, Jorge W. Suter, escribe todo lo contrario. Dice que Jerez es un pueblo grande y destartalado, que no existen coches de alquiler, solo particulares y muy anticuados. Ninguna calle tiene alcantarillado, pavimento ni alumbrado. Cuando llueve el lodo llega a media pierna por lo que es difícil atravesar las calles, sobre todo de noche por la absoluta falta de alumbrado; por lo que se hace preciso que un criado vaya delante con un farol en la mano y un garrote en la otra para protegerse de atracos.

      De todas maneras diremos que, como bien escribe A. Ponz, durante la época del corregidor Eguiluz, a finales del siglo de las Luces, fueron muchas las obras de saneamiento y empedrado que se llevaron a cabo en Jerez, por lo que puede deducirse alguna parcialidad o animadversión del vicecónsul inglés hacia nuestra ciudad. Lo que sí podemos tener por cierto es que las viviendas de la gente modesta eran en su mayoría lóbregas, húmedas y faltas de ventilación, dado el trazado angosto de las calles del casco antiguo. Casi todas las casas solían tener patio que servía de desahogo y ventilación; pero, por otro lado, el hacinamiento de familias numerosas en una o dos habitaciones, la falta de agua corriente y de servicios higiénicos favorecería la transmisión de enfermedades.

 La vieja muralla con casas adosadas a uno y otro lado seguía envolviendo a lo que fue la ciudad islámica. Y en la zona de extramuros seguían creciendo los populosos barrios de San Miguel al Este y el de Santiago al Oeste, además de los de La Santísima Trinidad y San Pedro. Es precisamente en esa época cuando, debido al gran auge de nuestra industria vinícola, se comienza a construir un gran cinturón industrial compuesto por grandes naves bodegueras que irán reemplazando a las antiguas de intramuros  mucho más pequeñas y con planta alta para guardar el grano.

           En el capítulo educativo, se comienzan a crear escuelas gratuitas para niños y niñas hasta ese tiempo casi inexistente, ensayándose nuevos sistemas pedagógicos sobre la memoria y la lectura en la llamada Escuela de Estudios Mutuos instalada en el palacio de Villapanés. Mediante el testamento del bodeguero Juan Sánchez de la Torre se crea un Instituto de Humanidades, el cual se transformaría años más tarde en Instituto de Segunda Enseñanza, hoy P. Luis Coloma. En el ámbito sanitario se proyecta la reunión de los cuatro pequeños hospitales de la ciudad en un Hospital Municipal, el de la Merced, más tarde llamado de Santa Isabel, mucho más amplio y mejor dotado que los anteriores. También se introducen notables mejoras en la Casa-cuna. Por aquel tiempo se adapta el que fuera convento de Belén para cárcel de la ciudad,  derribándose la establecida en la plaza de San Dionisio o de Escribanos. El historiador Portillo nos dice que una vez terminadas las obras de adaptación, esta cárcel podía contarse entre las mejores de Andalucía por su embaldosado, aseo, amplitud y vistosa fachada.

Jerez contaba a mediados de la centuria con una población de derecho de unos cincuenta mil habitantes, los cuales habitaban en sus 40 plazas y 227 calles y callejuelas. Se suministraba del agua de numerosos pozos y aljibes particulares así como de 7 fuentes públicas. Poseía 4 relojes de campana y 625 farolas de gas para el alumbrado nocturno de las calles, las cuales eran vigiladas por 44 serenos armados.
Antonio Mariscal Trujillo
Publicado en Diario de Jerez el 12 de enero de 2015