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Jerez de la Frontera, Cádiz, Spain

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El Museo de Farmacia de Jerez


     En la ciudad de Bagdad hacia el siglo VIII aparece por primera vez documentada una botica regida por un farmacéutico. En esa misma época el hospital Nuri de Damasco poseía una botica muy bien equipada. También en la Sevilla islámica se tiene conocimiento de la existencia de boticas. Marrakech, capital de imperio almohade, poseía ya en el año 1190 un gran hospital con una sección denominada “farmacia” en la que se preparaban y componían fármacos con hierbas cultivadas en el propio jardín del hospital. La farmacia más antigua de nuestro país se encuentra en Livia (Lérida) data del siglo XV a la que le sigue en antigüedad la de Peñaranda del Duero, que data de 1697. Son célebres por su belleza los museos de farmacia del Monasterio de Silos en Burgos, el de Farmacia Hispana de la Universidad Complutense de Madrid, así como el espléndido Museo de Farmacia del Palacio Real de Madrid

   Pero vamos a referirnos a la Farmacia Municipal de Jerez, la misma data del siglo XVIII. Es la que aparece expuesta en el Palacio de Villavicencio del Alcázar jerezano, y que prestó servicio al Hospital Municipal de Jerez, llamado entonces de La Merced desde el año 1838 hasta su cierre definitivo. Dicha farmacia atendía tanto la demanda del propio hospital donde estaba ubicada, como la los pacientes acogidos a la Asistencia Pública Domiciliaria. Durante la primera mitad del siglo XX llegó a dispensar hasta cincuenta mil prescripciones anuales, la mayoría de ellas fórmulas magistrales. Era atendida por un farmacéutico titular, tres monjas y cinco auxiliares. En 1972 tras el cierre definitivo del Hospital Municipal, la botica se instaló en un edificio de la misma plaza de la Merced, atendiendo desde entonces a los pacientes ambulatorios de la Beneficencia Municipal exclusivamente. En 1988, al desaparecer la Beneficencia y quedar todos los ciudadanos integrados en la Red de Asistencia Sanitaria de la Seguridad Social, esta farmacia dejó de prestar servicio, siendo desmontada guardada y olvidada durante dos décadas.

   En el año 2001, tras un magnífico trabajo de restauración de uno de sus artísticos estantes, el único que se pudo recuperar, se enriqueció con unas bellísimas estanterías procedentes de la antigua farmacia de don Adulfo Luque, que estuvo establecida en la calle Larga 73 desde mediados del siglo XIX, pudiéndose así dar cabida a la totalidad de rico material disponible.

    En este Museo de Farmacia podemos admirar una valiosa colección de albarelos del siglo XIX de los denominados isabelinos, tanto de forma cilíndrica como de copa en número aproximado a los trescientos ejemplares. También existen algunos de cerámica de Talavera del siglo XVIII, al parecer procedentes de la Cartuja de Jerez, y un número importante de botámenes de cristal decorados en oro. Otros en forma de matraz para contener líquidos, así como un importante número de tarros de cristal de diversos tamaños con tapón hermético del mismo material. Jaraberos, dosificadores, moldes para píldoras, morteros, probetas, estufas de cultivo, balanzas, autoclaves etc., junto a una buena colección de libros de farmacopea de los siglos XVII al XIX, completan esta interesante colección. Hemos de destacar que la pieza más antigua expuesta es un mortero de mármol del siglo XV.
También podemos admirar una magnífica colección de material de cristal del antiguo Laboratorio Municipal. Con todo ello podemos asegurar que el Museo de Farmacia de Jerez puede contarse entre los más interesantes de toda España.

   Por último cabe destacar que, todos los botámenes expuestos contienen sus correspondientes sustancias medicinales, por lo que a la riqueza decorativa de los mismos se añade el interés farmacéutico-químico de la pervivencia a lo largo de casi dos siglos de unos compuestos, muchos ya olvidados o casi desconocidos que antaño remediaron las dolencias de la humanidad.

Antonio Mariscal Trujillo
C.E.H.J.
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Establecimientos balnearios en el Jerez del siglo XIX



Desde la más remota antigüedad el hombre utilizó el agua para curar sus enfermedades, pudiéndose asegurar que, durante milenios, y junto con las hierbas recogidas por sabios y hechiceros de aquellas sociedades primitivas, fue el único remedio que la humanidad pudo disponer para aliviar sus males. Ya Hipócrates, padre de la Medicina, distinguía entre aguas sulfurosas, nitrosas, bituminosas y ferruginosas. Los romanos fundaron estaciones de baños a todo lo largo y ancho de su imperio. También los indios de América del Norte conocían las virtudes curativas de las aguas termales. No vamos a mencionar en este trabajo ninguno de los numerosos baños y termas que de las diversas civilizaciones se tiene conocimiento a través de la historia, de cuya existencia, dan fe innumerables edificios y yacimientos arqueológicos; ya que ello sería motivo de un trabajo distinto del que ahora nos ocupa. Aunque si diremos que los pueblos de la antigüedad, agradecidos por los beneficios recibidos por estas aguas, las colocaron siempre bajo el amparo de sus divinidades, levantando en no pocas ocasiones suntuosos edificios, algunos de los cuales han llegado en aceptable estado de conservación hasta nuestros días.

Las actuales bases terapéuticas del termalismo fueron establecidas en Inglaterra a mediados del S. XVIII; pero no fue hasta la siguiente centuria cuando la vieja terma romana adquiere carta de naturaleza y, la práctica de tomar las aguas, comienza claramente a definirse en Europa. La edad de oro de la balneoterapia fue ciertamente el período comprendido entre 1880 y 1915. En nuestro país, abundantes fueron en esta época los establecimientos balnearios y fuentes de aguas medicinales que se abren al público,(1) muchas de cuyas instalaciones, confortables y lujosamente decoradas, se convirtieron en centros de moda y recreo de la nobleza y de la alta burguesía española y europea; citemos a modo de ejemplo las lujosas ciudades balnearias Vichy en Francia y de Karlovy Vary en la Rep. Checa.

La medicina siempre se sirvió de las aguas minerales como remedio para el tratamiento de enfermedades crónicas. Es sabido el escaso arsenal terapéutico disponible en tiempos pasados, por lo que la práctica balneoterápica sirvió, de forma eficaz, como alivio de dolencias que no eran posibles remediarlas o paliarlas por ningún otro método. Claro que en el peor de los casos, unos días de descanso y relax en una confortable estación balnearia con el convencimiento pleno de su beneficio terapéutico, obraba el milagro que las sales disueltas en el agua no eran capaces de conseguir. Y es que, ya se sabe: el organismo humano es una entidad psicosomática en la que casi siempre la psiquis prevalece sobre la soma, de ahí muchas curaciones asombrosas y a veces inexplicables por la ciencia. Ahora ya, entremos de lleno en el tema que nos ocupa haciendo un breve recorrido por el panorama sanitario local de la época.

Las enfermedades más frecuentes en el Jerez de la segunda mitad del XIX eran los problemas gastrointestinales en verano y las afecciones respiratorias en invierno. Otras enfermedades muy comunes fueron las fiebres tifoideas, la tisis y los reumatismos debidos a la insalubridad de muchas viviendas y a la mala alimentación en muchos casos. Enfermedades crónicas de la piel como eczemas, tiñas, pruritos, sarna, herpes e impétigos eran también muy frecuentes como consecuencia de la falta de higiene. Problemas de hígado y estómago como consecuencia del abuso alcohólico, así como úlceras de piernas, sífilis, viruela y degeneraciones cancerosas castigaban a una población en la que escaseaban los medios sanitarios. Por último, el paludismo producido por las numerosas charcas existentes en los alrededores de la ciudad, completaban el abanico de la patología habitual. En estas circunstancias, la tasa anual de mortalidad daba la escalofriante cifra de 3,30 por cien habitantes.

LOS BAÑOS DE GIGONZA

En el término municipal de Jerez a escasos veinticinco kilómetros de esta ciudad, entre San José del Valle y Paterna de Rivera, se encuentra el denominado castillo de Gigonza. Construido posiblemente en el siglo XIV como refugio de los moros del reino de Granada para sus frecuentes incursiones contra la ciudad de Jerez. Dicho castillo, de planta casi cuadrada de dos cuerpos y cerca con patio de armas, se encuentra muy bien conservado, ya que desde finales del siglo XV que pasó a propiedad del caballero don Rodrigo Ponce de León siempre estuvo habitado. Este caballero realizaría diversas reformas adosándole una capilla y una posada para huéspedes.

Parece ser que desde mucho antes de la construcción del castillo, ya existía allí un pequeño manantial de aguas sulfurosas a la que los lugareños le atribuían propiedades curativas. Pero no sería hasta el año 1848 cuando los marqueses de Ponce de León, descendientes del antes citado caballero D. Rodrigo Ponce de León se decidieran a explotar las aguas del mencionado manantial, dado sus propiedades curativas “cuasi milagrosas” para desarreglos de la menstruación y enfermedades de la piel. Por este motivo y emprendiendo determinadas reformas en la hospedería con la que contaba el castillo, se establece un balneario desde entonces conocido con el nombre de “Baños de Gigonza”. Como en tantos otros balnearios de la época, en este que nos ocupa no sólo recibían tratamiento de baños con agua caliente y fría los pacientes allí hospedados, sino que además se vendían botellas de agua procedentes del manantial que entre zarzas manaba con un pequeño caudal de nueve litros por minuto. El balneario de Gigonza contó desde su apertura con el favor de las clases acomodadas jerezanas que allí iban a “tomar las aguas” sobre todo con la intención de curar enfermedades de la piel tales como eczemas, impétigos, úlceras y pruritos a base de tratamiento tanto interno (bebido) como externo (baños). Aunque deducimos que debido el escaso caudal del manantial, debería estar limitado el número de usuarios de los baños por inmersión, sobre todo en los meses estivales en los que como es normal las fuentes de nuestra tierra ven disminuido de forma importante su caudal.

Tras la Guerra Civil, y después de cuatro siglos y medio de pertenencia a la familia Ponce de León, el castillo y todas sus tierras de labor fue vendido a una familia apellidada Pineda. Por último, hemos de añadir, que desconocemos la fecha en la que el balneario fue cerrado al público, aunque con toda probabilidad lo fue en los primeros años de la década de los sesenta. La causa de su cierre pudo deberse a la apertura en Jerez en el año 1859 de un nuevo balneario en la finca de Rosa Celeste, más cercano, confortable y mejor dotado, a cargo de otro miembro de la saga de los Ponce de León: don Manuel. Durante muchos años por causa de la excavación en sus proximidades de algunos pozos para el riego, el manantial dejó de existir, sin embargo, hace unos años pudimos comprobar que el manantial había vuelto a manar.


BALNEARIO DE ROSA CELESTE

La hacienda de Rosa Celeste estuvo situada en el denominado pago de la Canaleta a la salida de Jerez en la carretera de Cortes. Comprendía las tierras sobre las que hoy se asientan la barriada de la Vid y el antiguo cuartel de Ntra. Señora de la Cabeza, hoy desaparecido, en cuyos terrenos se encuentra actualmente el Campus Universitario de Jerez. Pues bien, a mediados del siglo XIX, dicha finca estaba dividida en varias suertes de tierra y cada una arrendada a diferentes colonos. Uno de estos, excavó un pozo a fin de suministrarse agua para el regadío. Horadando el suelo, tropezó con una capa muy dura de roca caliza y, al romperla, saltó con fuerza un chorro de agua que llenó todo el pozo en poco tiempo. Aunque el agua era cristalina, pronto el labrador pudo percibir un nauseabundo olor a huevos podridos, pese a lo cual comenzó a regar con ella. Muy pronto pudo descubrir que las plantas se cubrían de un polvo blanquecino y muchas de ellas no crecían.

Pasado el tiempo, estas tierras fueron adquiridas por D. Manuel Ponce de León el cual se percató que el olor del manantial se debía exclusivamente a ser de agua sulfurosa, por lo que reunió en la finca a los más destacados médicos de la ciudad como: Ruiz de la Rabia, Ramón Coloma, Francisco Revueltas, Manuel Fontán y Domingo Grondona, los cuales tras analizar su composición química, le animaron a la iniciación de un proyecto que culminaría con la apertura del nuevo balneario.

Según nos cuenta el médico Domingo Grondona, esta casa de baños tenía forma rectangular con cuatro fachadas y ocupaba una superficie de seiscientas noventa varas cuadradas. Al frente, nos describe, presentaba una bonita escalinata con balaustrada de hierro que conducía a la puerta principal, sobre la que se ostentaba el escudo de armas de los Ponce de León. A uno y otro lado de la puerta había un bonito balcón y una ventana cuadrilonga. En la fachada norte había tres puertas que daban entrada a los baños generales y, la del centro, al cuarto de calderas. Al entrar por la puerta principal se hallaba un espacioso salón de descanso, tras de este, un alegre patio rodeado de galerías cuyos techos estaban sostenidos por columnas de hierro del mejor gusto. A uno y otro lado, elegantes puertas góticas daban entrada a los cuartos de baño; en ellos hay espaciosas bañeras de vistosos azulejos con dos llaves o grifos: uno de cristal para el agua mineral y otro de bronce para el agua caliente. El balneario tenía 14 habitaciones individuales y dos familiares; estas últimas con capacidad para tres personas. Todas las habitaciones estaban dotadas de todo lo necesario para la comodidad de los bañistas, como perchas, mesas y espejos. También disponía en el exterior de dos baños generales o pequeñas piscinas: uno para damas y otro para caballeros

Como hemos podido ver este establecimiento balneario, que sin ser muy grande, contaba con todo lo necesario para su función, además de ser bastante elegante por la decoración y buen gusto. A lo que hemos de añadir que estaba rodeado por hermosos jardines y situado en unos parajes que debieron ser muy hermosos, hoy difícil de imaginar en una zona de alta densidad de población y repleta de impersonales bloques de pisos.

Como director médico de este establecimiento figuraba el antes citado Dr. Domingo Grondona. Prestigioso médico de la Beneficencia Municipal y consiliario de la Real Sociedad Económica Jerezana. Nacido en Cádiz pero jerezano de adopción, era un experto en este campo de la terapéutica; no en vano, fue director por oposición de los Baños de Arenosillo (Córdoba) y de los de Fuensanta en Buyeres de Nava (Oviedo).

Debió ser importante la aceptación por parte de los jerezanos de este balneario de Rosa Celeste, si tenemos en cuenta que el número de usuarios durante los tres primeros años de su funcionamiento fue de 661, y también, por los numerosos testimonios de curaciones habidas. Algunos de estos pacientes habían estado antes en los Baños de Gigonza sin haber encontrado alivio, habiéndose curado en Rosa Celeste. Veamos dos de estos testimonios:

Joaquín Ádago, de 40 años de edad, padecía ha mucho tiempo un acné rosáceo en nariz, mejilla y frente que resistía a todos los medios internos y externos empleados para su curación, ha usado los baños de Rosa Celeste en las dos últimas temporadas, y el alivio obtenido ha sido muy notable.

Manuel González de 40 años de edad, albañil, que vive en calle Berrocalas 2, padecía eczemas en las manos con profundas hendiduras que le impedían trabajar. El año 1860 tomó 40 baños a la temperatura ordinaria, y bebió el agua curándose la afección, sin que hasta hoy se haya vuelto a presentar.

Al igual que éstas, el Dr. Grondona cita diversas curaciones maravillosas operadas por las aguas medicinales. Desde psoriasis, lepra, herpes y pitiriasis; hasta cicatrices viciosas producidas por armas de fuego, pasando por afecciones catarrales, digestivas, infartos de hígado, bazo y matriz, sífilis y debilidades nerviosas y sanguíneas. Desconocemos la fecha exacta, así como las causas del cierre de Rosa Celeste, sólo poseemos datos hasta el año 1862.

EL BALNEARIO DE SAN TELMO

A finales del siglo, y tras diversos trabajos de investigación, quedó patente que el manantial de aguas sulfurosas existentes en las playas de San Telmo, a escasos dos kilómetros de Jerez, en el lugar denominado llanos de la Brea, que por su olor a huevos podridos muchos pensaban fuese un yacimiento de petróleo, tenía propiedades medicinales. La noticia corrió por toda la ciudad como un reguero de pólvora, y muy pronto la gente comenzó a ir allí a llenar sus cacharros. Aquel agua se revelaba como eficaz solución para el tratamiento de muchos males.

La gran aceptación popular de estas aguas y sus patentes propiedades curativas, indujo a don Manuel Críspulo González Soto, marqués de Bonanza a construir en estos terrenos de su propiedad un balneario. Como consecuencia de ello y por Real Orden de 27 de Julio de 1899, esta aguas Clorurado-sódica sulfurosas” son declaradas de utilidad pública.

Dirigió el centro un prestigioso oftalmólogo madrileño llamado Manuel Alexandre, que durante la temporada oficial de baños – del 15 de junio al 15 de octubre – se trasladaba aquí, pasando consulta tanto en balneario como en la ciudad al precio de 7,50 pesetas.

Las aguas del Balneario de San Telmo emergían de un profundo pozo de nivel constante de 10 metros de profundidad y 3,70 de diámetro, que suministraba un importante caudal de 150.000 litros al día a la temperatura constante de 15 grados. Agua de fuerte mineralización que, al ponerla en un vaso, se veía clara y transparente con olor a huevos podridos y sabor salado, desprendiendo burbujas a intervalos que se adherían a las paredes del vaso opalizándolo. De alta concentración en sales, predominando el cloruro sódico y el ácido sulfídrico, y en menores cantidades: bromuros, fósforo, calcio, hierro, yodo y magnesio entre otros iones.

Sus indicaciones, según se aseguraba, eran tan sumamente variadas e importantes, que a fe nuestra podrían sustituir con ventaja a cualquier moderno centro de salud, farmacia incluida; no en vano trataba con éxito enfermedades de la piel como: eczemas, forunculosis y herpes genital; linfatismo en sus diversas manifestaciones y sífilis en todos su estadíos. Daba energía a los niños y personas debilitadas, y excelentes resultados en amenorrea, dismenorrea, endomedtritis y otras enfermedades del útero. Las manifestaciones reumáticas, artropatía, y osteopatía encontraban rápido alivio con esta agua, sin olvidar las enfermedades nerviosas como neuralgias e histeria.

En cuanto a la administración de tan beneficioso líquido, eran utilizadas todas las vías posibles: desde la simple ingestión, hasta los baños y duchas tanto caliente como fría; pasando por irrigaciones vaginales y nasales, pulverizaciones, baños de asiento y gargarismos. El precio del servicio oscilaba entre 1 y 2,50 pesetas por sesión. También se vendía el agua embotellada a 1 peseta el litro en Jerez y 1,25 en cualquier otro lugar de España.

Ahora, veamos, cómo era el inmueble que albergaba nuestro balneario. El edificio, que llegamos a conocer muy deteriorado por el paso de tiempo, tenía unos treinta metros de fachada principal y se mantuvo de pié hasta principios de los setenta, en que fue derribado. Debió ser un centro un tanto elegante y bien dotado si nos atenemos a la descripción que un folleto de la época nos hace. Dice así:
Está formado por amplia y elegante construcción, con una espaciosa terraza desde la que se contempla un pintoresco panorama. Posee despachos para el director y el administrador, un salón destinado al descanso de los bañistas con un piano, servicio completo de escritorio y mesa de lectura con todo tipo de diarios y periódicos ilustrados. Esta sala da paso a un patio central cuadrilongo que mide 14 metros de lado, rodeado de galería cubierta en la que hay instalada una báscula. Una hermosa palmera en su centro sirve de adorno, en el que hay además, dos kioscos para el servicio de agua mineral en bebida y venta de tikets.

A través de la galería se llega a los cuartos de baño, la mayor parte de ellos con pila de mármol y aparato de ducha. En una de las habitaciones se halla instalado el baño de asiento con hidro-merelador, con ducha vaginal, rectal, perineal y lumbar. A la izquierda están los departamentos de pulverización e irrigación nasofaríngea y auricular, sala para respiración de gases y baño de ducha y vapor. En la parte superior se encuentra el salón destinado a buffet, lujosamente ornamentado con alto zócalo de azulejos, ladrillos labrados y pintados al óleo y a través de tres puertas que se comunica con otra terraza se sale a un hermoso jardín.

Dos edificios más componían este complejo de baños: uno destinado a sala de máquinas con dos potentes motores de vapor de 10 caballos cada uno, a fin de elevar el agua y dotar de calefacción a todo el edificio. El tercero era el destinado a soldados y pobres de solemnidad a quienes el Dr. Alexandre, atendía en consulta gratuita de 8 a 9 de la mañana.

El Balneario de San Telmo, durante su corta existencia, constituyó no sólo un lugar donde recuperar la salud perdida, sino un centro social en el que se reunía lo más selecto de aquel Jerez de principios del XX. Así nos lo cuenta la escritora María de Xerez en uno de sus escritos:

El conjunto del edificio no podía ser más agradable, respondiendo a todas las exigencias de higiene y comodidad. El espléndido prócer que le construyó, el marqués de Bonanza, no olvidó nada y hasta objetos antiguos de su pertenencia, llevó para adornar y embellecer aquel gran salón que servía de restaurant y por el que pululaban numerosos camareros vestidos de blanco.
También se utilizó el balneario para fiestas nocturnas. Los chinescos farolillos dieron sus policromas luces e irradiaron sus pálidos fulgores sobre terraza, galería y patio, donde a los sones de la música, damitas y galanes rieron y flirtearon en las alegres buñoladas que allí se celebraron.

Pocos años se mantuvo en funcionamiento el Balneario de San Telmo ya que en 1911 cerró sus puertas. La causa fue que su propietario y fundador el marqués de Bonanza, se lo vendió a un forastero. El nuevo titular, al parecer por ineptitud o desconocimiento del negocio, hizo los suficientes méritos como para lograr ahuyentar a toda la clientela, por lo que el balneario se cerró y sus instalaciones quedaron abandonadas. Con el paso de los años, se estableció allí una cerámica y fábrica de ladrillos. En la década de los cincuenta, siendo alcalde don Tomás García Figueras y, a causa de graves inundaciones por el desbordamiento del Guadalete a su paso por Cartuja, se utilizaron las instalaciones del otrora distinguido edificio, para alojar a un determinado número de familias damnificadas, las cuales permanecieron allí hasta bien entrados los años setenta. A continuación y tras su desalojo, fueron derribadas las construcciones. Hoy una docena de centenarias palmeras siguen allí fuertes y erguidas, quizá como mudos testigos del breve pero esplendoroso pasado del aquel elegante Balneario de San Telmo.

Antonio Mariscal Trujillo

Foto: Entrada principal al Balneario de San Telmo

José Cádiz Salvatierra



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José Cádiz Salvatierra nació en Huelva en 1905. Hijo de un distinguido y galardonado notario de aquella población, hizo los estudios de bachillerato en el Instituto General y Técnico de su ciudad natal, marchando en 1922 a la Universidad Literaria de Sevilla, en cuya facultad de Filosofía y Letras obtendría, en el año1926, su licenciatura en la especialidad de Ciencias Históricas.

Seis años pasarían hasta iniciar su labor docente. La desahogada posición de su padre le permitió pasar durante ese período de tiempo largas estancias en Madrid estudiando e investigando en sus bibliotecas. En 1932 entra a trabajar en calidad de profesor aspirante en el Instituto-Escuela de la capital de España, siendo encargado de las visitas a museos. Un año después pasaría a ocupar plaza de profesor en dicho centro.

Los años de la Guerra Civil los pasó en Jaén como profesor, secretario y director de su Instituto. Allí vivió en zona republicana las tragedias de dicha guerra. Acabado el conflicto, gana por oposición una plaza de catedrático en Osuna, llegando a Jerez en 1942 como profesor de Geografía e Historia en el Instituto Padre Luis Coloma, siendo nombrado más tarde Director de dicho centro, cargo que ocuparía hasta su muerte.

En 1949 tomó parte en la fundación de la Academia Jerezana de San Dionisio de Ciencias Artes y Letras. Con el tiempo dicha entidad llegaría a convertirse en Real Academia y destacado referente de la cultura local. Cuatro años más tarde, en 1953, Cádiz Salvatierra sería elegido presidente de dicha corporación, cargo que ostentaría hasta su fallecimiento.

      Su labor durante los veinticinco años que trabajó en Jerez fue muy prolífica, siendo destacada su enorme calidad docente y humana, puestas por completo al servicio de sus alumnos en particular y de la cultura en general. 

"Mis alumnos son para mí los hijos que Dios no me dio"


Es esta una frase salida de su boca y que revela el porqué de su total vocación al magisterio y a la juventud. En diciembre de 1967 al poco de comenzar las vacaciones de Navidad fallecería víctima de una afección cardiovascular. La prensa local resaltó en grandes titulares tan triste noticia, y su sepelio constituyó una inmensa manifestación de duelo y de pesar en toda la ciudad de Jerez. En 1969, costeado mediante aportaciones populares y con la subasta de un bastón del general Primo de Rivera, así como una de sus inseparables pipas, donada ésta por su viuda Blanca de Aragón, se le erigió un monumento en el patio del Instituto donde ejerció su magisterio durante un cuarto de siglo. Una hermosa avenida contigua a dicho Instituto fue rotulada con su nombre por acuerdo del Cabildo Municipal. En 1972 fueron publicadas sus memorias bajo el título: Mi labor, obra exhaustiva en la que, curso tras curso a lo largo de su vida académica, recoge sus experiencias docentes. Incluye la misma una interesante autobiografía.

Antonio Mariscal Trujillo
C.E.H.J.

Julio González Hontoria


GONZÁLEZ HONTORIA, Julio. Sanlúcar de Barrameda, 1845 – Jerez 1929. Industrial, político y Alcalde de Jerez.

    Tras cursar los estudios primarios en su ciudad natal, realiza los de bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media de Jerez. En 1862, cuando contaba 17 años comienza a trabajar en las bodegas de González Byass propiedad de su tío, el cual decide enviarlo primero a Londres y luego a la Escuela Superior de Comercio de París para completar su formación, ocupando a su regreso el cargo de gerente de escritorios. Su interés por la política le lleva a realizar varios viajes por diversas provincias españolas donde contacta con determinados personajes de la política que, en 1868, serían protagonistas de la revolución conocida por La Gloriosa, entrando a formar parte de la Junta Revolucionaria por el Partido Republicano. En 1881 fue elegido Diputado Provincial por Sanlúcar de Barrameda, cargo que desempeñaría en diversas ocasiones. En 1893 abandona su militancia en el Partido Republicano pasándose a las filas de Sagasta en el Partido Liberal. En noviembre de 1901 fue elegido concejal del Ayuntamiento jerezano, siendo nombrado alcalde poco tiempo después. En dicho puesto permanecería durante cuatro legislaturas hasta 1919.

        Durante su mandato como alcalde se realizaron en Jerez muchas e importantes obras públicas. De las que han llegado hasta nuestros días destacan el parque que lleva su nombre, marco incomparable de la internacionalmente famosa Feria del Caballo. Suya fue también la iniciativa para la construcción de la desaparecida línea ferroviaria Jerez-Sanlúcar de Barrameda. Hábil negociador y mediador, mereció en 1902 el reconocimiento del gobierno de la nación y la felicitación de S.M. el Rey, al haber solucionado una complicada huelga de los trabajadores agrícolas, evitando por todos los medios el empleo de la fuerza u otras medidas coercitivas tan al uso en aquellos tiempos. Tan acertada intervención, que logró un acuerdo favorable entre todas las partes implicadas, hizo que el Ministerio de la Gobernación cursara orden a los gobernadores de todas las provincias españolas para que en el Boletín Oficial de cada una de ellas, se hiciese mención del proceder de González Hontoria, con el ánimo de que sirviera de ejemplo a las demás autoridades. El 11 de julio de 1902 el Ayuntamiento de Jerez le concedió el título de “Hijo Adoptivo”.
Fue fundador y vicepresidente de la Compañía Jerezana de Electricidad y cónsul de Dinamarca en Jerez, siendo acreedor a varias e importantes condecoraciones, entre las que destacan: la cruz de la Orden de Carlos III y la cruz del Mérito Militar con distintivo blanco. Una calle de su ciudad natal está rotulada con su nombre. En Jerez, un busto en bronce con su figura, obra del escultor valenciano Ramón Chaveli, preside los jardines de la Rosaleda en el parque que él creara. Falleció en Jerez el día 19 de junio de 1929 en su casa de la plaza del Banco.

       A lo largo de su dilatada vida mereció el aprecio y el respeto de todos, sin distinción de clase o color político, hasta el punto que aun habiendo sido alcalde de la monarquía, el día 29 de abril de 1931, al poco tiempo de instaurarse en España la 2ª República, fue inaugurado el antes mencionado busto por parte del nuevo ayuntamiento. El acto estuvo presidido por el primer teniente de alcalde, Antonio Roma, acompañado por ediles de los distintos partidos que gobernaban el municipio, comenzando con el descubrimiento del mencionado bronce oculto por la bandera republicana y al compás de himno de Riego. El Sr. Roma alabó las gestiones del ex alcalde y su labor, que no dudaba de meritoria, lo que hacía que su nombre fuese respetado y recordado. A continuación el cortejo se dirigió al cementerio católico donde fue depositado un ramo de flores sobre su tumba.

Antonio Mariscal Trujillo
C.E.H.J.

Alberto Durán Tejera



Nacido en 1898, fue un hombre que desde su infancia sintió que su vocación era la de ser marino, pero la misma quedaría frustrada al morir su padre, circunstancia que le haría elegir la carrera de magisterio. En 1921 tras terminar sus estudios, su primer destino sería en una pequeña población cercana a Las Palmas de Gran Canaria, donde ejerció como maestro hasta 1923, fecha en la que se traslada a Grazalema (Cádiz), población en la que llegaría a ocupar el cargo de Alcalde hasta 1929. Ese mismo año ocupa por oposición una plaza en el Instituto Padre Luis Coloma de Jerez

Durán Tejera fue siempre un hombre polifacético, inquieto y preocupado por todo lo concerniente a la ciudad que le vio nacer. Ello le llevó a trabajar como concejal de Parques y Jardines en el Ayuntamiento jerezano, ocupando a partir de la segunda mitad de la década de los cuarenta del siglo XX el cargo de teniente alcalde. En su etapa como segunda autoridad municipal tuvo la feliz idea de crear en 1948 un parque zoológico y botánico. Para ello contó con la inestimable ayuda y colaboración de un gran conocedor de las especies animales como fue el conocido especialista Manuel Barea. Aprovechando el bello recinto ajardinado de propiedad municipal que rodeaba a los depósitos de agua de Tempul, en aquellos años bastante descuidado, instaló y dirigió en el mismo lo que en principio fue una modesta colección zoológica. Algunos monos, lobos, zorros, rapaces, un león, así como una buena variedad de aves acuáticas procedentes del Coto de Doñana, iniciaron algo que muy pronto se convertiría en uno de los lugares preferidos de los niños jerezanos. Poco a poco el mencionado parque se fue enriqueciendo con nuevas especies y reformas hasta alcanzar en unos años la cifra de mil ochocientos ejemplares entre aves, mamíferos y reptiles; llegando a ser modelo y referente nacional, en cuanto a la riqueza de su contenido y actividad científica en favor de especies en peligro de extinción como lo es en la actualidad.

Por esa misma época Alberto Durán junto al prestigioso cirujano Luis Romero Palomo y otros destacados jerezanos como Juan Valencia y Vicente Fernández de Bobadilla, fundaron la desaparecida “Fiesta de la Vendimia del Sherry”, de la que Durán fue su comisario durante muchos años, desviviéndose siempre porque la misma fuese a más en cada edición, logrando así convertirla en un evento festivo de primer orden. Una fiesta que gozó de gran repercusión en los más importantes periódicos y revistas internacionales, y que atraería el interés por nuestra ciudad y nuestros vinos de políticos, embajadores, artistas, hombres de negocios, periodistas y famosos de todo el mundo, llegándose a convertir en la mejor promoción que nuestros caldos hayan tenido en toda su historia.

Por esta causa Alberto Durán Tejera fue distinguido con diversos honores, tales como la Orden del Mérito Civil, la de Cisneros y las de Caballero Oficial de la Corona de Bélgica y de la República Italiana. Fue además miembro fundador de la Real Academia de San Dionisio de Jerez y académico correspondiente de la Hispano-Americana de Cádiz. Falleció en 1979
Extinguida la Fiesta de la Vendimia en los años ochenta del pasado siglo XX por razones nunca justificadas, la memoria de este insigne jerezano cayó injustamente en el olvido, incluso el nombre de “Alberto Durán” que llevaba el parque zoológico que él creara fue eliminado.

Hace unos años pedimos al Ayuntamiento que una calle de Jerez fuese rotulada con su nombre. Nuestra petición fue aprobada, siendo comunicada esta decisión en un escrito que la Sra. Alcaldesa dirigió a su sobrina, Carmina Durán. Decía que el lugar de emplazamiento de dicha calle sería en La Granja Sur, sin más datos. Yo particularmente no he podido dar con ninguna calle en toda esa zona donde haya un rótulo con el nombre de Alberto Durán.

Antonio Mariscal Trujillo
C.E.H.J.