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Jerez 1759. Actos celebrados con motivo de la coronación del rey Carlos III



El 27 de agosto de 1759, según los datos que nos aporta el que fuera archivero municipal Adolfo Rodríguez del Rivero, el Ayuntamiento de Jerez recibió una comunicación de la reina madre, Isabel de Farnesio, firmada en el palacio del Buen Retiro, en la que ordenaba se alzase el pendón y estandarte real en esta ciudad por su hijo el Rey Carlos III a causa del fallecimiento de su esposo Fernando VI. Convocados por este motivo los caballeros veinticuatro y los notables de la ciudad, se procedió a organizar una serie de festejos protocolarios que por su esplendor y pomposidad merecen ser conocidos.

Los actos dieron comienzo el 16 de septiembre de ese mismo año de 1759. Aquella mañana una muchedumbre abarrotaba completamente la plaza de Escribanos y sus calles adyacentes así como balcones azoteas. En apretadas filas y dando frente al edificio del Cabildo, una compañía del Regimiento de Caballería del Príncipe con timbales y clarines luciendo sus vistosos uniformes. Delante de la iglesia de San Dionisio otra formación de Infantería con uniforme de gala aguardaba el comienzo de los actos.

A primera hora de la mañana se abrieron las puertas del Cabildo Viejo, saliendo por ella el Ayuntamiento en pleno bajo mazas, así como el Corregidor, los escribanos y miembros de otras entidades de la localidad. A continuación por la misma puerta y portado por dos ujieres, fue sacado un gran retrato del monarca sobre ricos almohadones, mientras sonaban los clarines, timbales y trompas de las fuerzas militares allí formadas. Acto seguido, el Alcalde subiendo a una lujosa tribuna que se había instalado delante del edificio, mandó guardar silencio para dar la palabra al escribano del Cabildo, quien dio lectura a la Real Cédula de sucesión que decía así:

La Reina Gobernadora, consejo, justicia, regidores, caballeros jurados y hombres buenos a la ciudad de Jerez de la Frontera. Habiendo sucedido en estos reinos, el rey y señor D. Carlos III mi muy amado hijo, por el fallecimiento del Rey mi señor D. Fernando VI que esté en gloria y siendo consiguiente el que sea proclamado y levanten pendones en su real nombre en las ciudades y villas de estos reinos que es costumbre, os mando que luego que recibáis ésta, con la mayor brevedad executéis este solemne acto aunque no hayáis hecho las exequias acostumbradas por el Rey D. Fernando, teniendo de aquí en adelante por tal Rey al señor don Carlos III y usando de su Real Nombre en todos los despachos en que se necesite nombrarlo.
Buen Retiro, a 27 de agosto de 1759. Yo la Reina

Terminada la lectura todo el séquito montado en caballos ricamente enjaezados emprendió la marcha en dirección a la iglesia Colegial. En primer lugar iba el Alguacil Mayor, le seguían los clarineros de uniforme rojo y vueltas azules con galones de plata y relucientes trompetas. Detrás, la banda de música del Regimiento de Dragones de la Reina luciendo uniforme de gala y los maceros con ropa de damasco carmesí y escudos de plata. Seguía el Ayuntamiento en pleno: mayordomo, capellán, caballeros jurados y caballeros veinticuatros; todos vestidos de negro, plumas blancas en los sombreros y ricas joyas sobre el pecho. Cerraba la marcha un escuadrón del Regimiento de caballería del Príncipe.

Al llegar la comitiva a la Iglesia Colegial, a cuya puerta principal esperaba el Cabildo Colegial, bajaron de sus monturas y, una vez dentro, el Corregidor solicitó al abad el pendón de la ciudad, depositado allí para su guarda y custodia desde los tiempos de la Reconquista. Acto seguido se dio nuevamente lectura a la Real Cédula anteriormente reseñada. Tras lo cual el Canónigo Magistral cogió el pendón que se encontraba en una caja al lado izquierdo del altar mayor y lo entregó al Alférez Mayor de la ciudad, no sin antes y, como era tradición, hacerle jurar que una vez concluidos los actos dicha enseña sería devuelta a la Colegial.

De nuevo la vistosa comitiva puesta en marcha subió por la Cuesta de la Cárcel, plaza de Escribanos, Caridad, Puerta Real y plaza del Arenal hasta el Alcázar. Y aquí comienza un protocolo curiosísimo que emana de una ancestral tradición, cuyo origen se remonta a los primeros tiempos de la Reconquista cuando esta fortaleza real tenía un alto valor estratégico y militar.

Al llegar dicha comitiva a los muros del Alcázar, se adelantó el Corregidor llamando a su puerta principal. Por una de las ventanas contiguas a dicha puerta se asomaron dos pajes vestidos con cascos, petos y espaldares preguntando qué querían. El Corregidor les dijo que quería ver al Alcaide del Castillo, a la sazón Lorenzo Antonio Fernández de Villavicencio. Asomado éste a la citada ventana, el dicho Corregidor le manifestó el objeto de su visita. El marqués le contestó que como fuero y privilegio que tenía, no era menos cierto su deber de hijodalgo en defender la fortaleza hasta la muerte por su rey conocido. Entonces el escribano del Cabildo dio lectura a la Real Cédula de S.M. la Reina, tras lo cual el Alcaide, rindiendo pleito a la disposición Real, arrojó por la ventana dos llaves doradas con las cuales se abrió la puerta, entrando pie a tierra toda la comitiva en el Alcázar, donde fue recibida en el rastrillo por el marqués de Villavicencio acompañado de sus dos pajes y doce alabarderos. A continuación el Alférez Mayor asomándose a un balcón tremoló el pendón diciendo en alta voz: ¡Oíd, oíd, señores, oíd! ¡Castilla, España, Castilla, España, Castilla, España, por el rey nuestro señor don Carlos III de este nombre que Dios guarde! A lo que respondió la muchedumbre agolpada fuera: Lo recibimos, lo queremos y aclamamos. ¡Viva su majestad! Gritos a los que se unieron las cornetas y timbales de los regimientos que les acompañaban. Entonces, el alférez mayor arrojó por el balcón cientos de monedas de plata acuñadas al efecto con el busto del Rey en el anverso y las armas jerezanas al reverso. Repitiéndose la misma ceremonia desde el balcón de la torre del Homenaje. La comitiva pasó después a la capilla de Santa María, donde el Corregidor y el Alcaide del Alcázar, juntas las manos, se intercambiaron por tres veces doce de dichas monedas, ofreciendo defender, guardar y custodiar para el Rey Carlos III aquella fortaleza.

Terminado el acto la comitiva se puso de nuevo en marcha con el mismo orden de formación con el que habían llegado para recorrer el itinerario de vuelta, esta vez por la plaza del Arenal, las calles Larga, Porvera, Chancillería y plaza de San Juan, donde se volvió a leer la Cédula Real, para continuar por calle Francos hasta la plaza de Escribanos. Con la devolución del pendón a la Colegial concluyó este curioso acto de proclamación Real, recreando así una tradición de más de cuatro siglos.

Siguieron numerosos festejos populares tales como engalanado de calles, corridas de toros, juegos de alcancías, lances a la jineta, fuegos artificiales, conciertos, bailes de sociedad etc., para regocijo de nobles y plebeyos.
Antonio Mariscal Trujillo (C.E.H.J.)

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